miércoles, 15 de diciembre de 2010

La otra resistencia

El incesante tictac del reloj comenzaba a tener eco. Un eco absurdo, fuera de sincronía que comenzaba a irritarla aun mas. Pasado el mediodía se encontraba allí, boca arriba sobre la cama con la mirada fija en el techo blanco, agrietado por los años y la humedad. Con la mirada perdida. Dándole paso a un sin fin de pensamientos efímeros, que desaparecían al instante perseguidos por otros mas, incesantes, escasos de tregua. Por un momento creyó enloquecer. No podía parar de pensar, y por mas que le pedía silencio a su mente, ella respondía gritando aun mas fuerte los aullidos del alma, los llantos del corazón. Y en vez de quitarle importancia a su cabeza enferma y dejarla morir, la alimentaba de vagos recuerdos y la angustia de un futuro incierto. Ignorando su propio derecho humano de vivir.

Encerrada por días en cuatro paredes que se hacían mas pequeñas a la hora de dormir. Insonmia. Con los ojos pelados sin sentir siquiera la visita de la luna que sin saberlo, la acompañaba en las noches en vela. Pero ella nunca abrió la ventana, por ello ignoraba la presencia de plata que aun la envolvía en la oscuridad de la noche, queriendo desencaramarse del cielo negro y hablarle al oído líneas de esperanza. Aun así, la ventana permanecía cerrada, tapiando a su vez el canto alegre del viento del este, tibio y apresurado. Aire fresco que llenaría de fe su alma gastada en miseria, su llanto mojado de angustia. El abismo se hacia mas hondo. El techo blanco, agrietado, comenzaba a venírsele encima, a encerrarla en los tristes pesares del corazón.

Sin embargo un dia común, sin ser otro mas que el prevenido. De esos que no se espera que nada pase, que nada cambie. El cuarto inundado en polvo se llenó de repente con una luz cegadora, embriagante. Y por mas que sus fúnebres ojos seguían fijados en el concreto de la pared, su alma empezó a saltar como niño pequeño, inquieto por salir a jugar. Parpadeó. Volteó su cara hacia la ventana y por fin su mente calló. Extraña, se levantó de la cama y como de un hechizo salió sin pensarlo hasta la calle  poniendo sus fríos pies descalzos sobre el asfalto, quemando su piel. Caminó lento arrastrando esos mismos pies descalzos despellejados, y el fondo de una bata blanca y larga que parecía gris, tan gris como su alma. Y su pelo que antes era corto como Marilyn Monroe, ahora lamía capas de mugre de un suelo áspero, enredado en los años del camino. Sus ojos grandes y abiertos la gobernaban, se hacían dueños de todo su cuerpo, persiguiendo un fantasma al que nadie mas podía ver.

Y en una avenida amplia y pesada, transitada por hombres en coches de rueda, contaminando aires de libertad, lo tuvo allí parado frente a ella como si fuera la primera vez. Grande, hermoso, fuerte, imponente. Extendió su mano de fuego y le tocó primero la frente, luego los hombros, las caderas, los pies. Le fue dando claridad. Energía que solo un astro puede tener, que solo un Dios puede entregar. Inyectó luz clara por su tercer ojo, pasando por su columna vertebral, hasta llegar a la base del cóccix, devolviéndole así el derecho a existir. Le escupió vida en la cara y la vistió de luces con fe y esperanza. Le corto el cabello y lo pintó de dorado. Prendió una vela dentro de su abdomen flaco, bordado a su piel, y borró una cicatriz rebelde sellada en la parte media del pecho. Y la dejó ir, dejando atrás el cuatro frío de cuatro paredes blancas y el techo agrietado por la humedad. Inagotables fueron los días de invierno, hasta que llegó el verano.



"Faith... is the art of holding on to things your reason once accepted, despite your changing moods."

jueves, 9 de diciembre de 2010

Absurdo albedrío

Y me invitaron a un viaje a un lugar desconocido que no sabia si ir. Era un lugar del que nunca había escuchado hablar, pero que aun así me intrigaba. Lo nuevo. Como a todo ser humano le intriga lo desconocido, pero que pocos son capaces de enfrentarlo. Así como los riesgos que nunca se toman, y te frecuentan por las noches cuando duermes, interviniendo tus sueños misteriosamente. La persona que me invitaba era extraña, así de extraña como yo. Por eso sentí miedo. Miedo a quererme perder en lo que sabia era distinto. Me gusta explorar, buscar, ver, sentir, amar. Entonces dije que si. Con una voz entrecortada en unas palabras que quería borrar de mi vida una vez las escupí. ¿cuándo nos vamos? Pregunte temiendo que la respuesta fuera ¡Ya!

Así que empaque par de jeans, sweater, bufanda, un morral de viajero, y unos tacones altos por si la noche me invitara a bailar. En fin, no sabia a donde iba. Quizás debiera prepararme mejor. Zapatos de goma, franelas, medias, ropa interior y pintura de boca brillosa. ¿Medias de nylon? Que va… ¿para que? Y mi colección de estampitas de santos, y al Divino Niño que me cuida siempre. No lo puedo olvidar. Me peiné el pelo largo hasta la cintura amarrado en cinta negra. Zarcillos cortos que no molesten, y la mejor actitud. Al menos positiva ante todo, solo eso sería suficiente. Y entré al carro viejo, al que se le habían invertido unos realitos como para no dejarlo morir. Y allí me fui. Con mi mochila, mis ropas, mis santos, el Divino Niño, la buena actitud, y el corazón latiendo como desbocado.

Y en esa carretera larga, iluminada por farolas de pueblos abandonados en el desierto, me dejé llevar. Prendí un cigarrillo y abrí la ventana, y el viento de la sabana me iba despelucando hasta perder la cinta negra, hasta perder la razón. La oscuridad de la noche me hacia pensar que la noche no dura para siempre como todo en la vida. Como el preciso momento que estaba viviendo que de tan solo pensarlo, desaparecía entre el humo blanco de mi colilla, para dar paso al siguiente. Uno nuevo. Y sentí lo privilegiada que soy de vivir en un limbo oscuro como la noche, porque todo me lo hago cuestionar. Como cuando me pregunto el porque de las cosas, o quien soy, o a donde vamos. O el porque del olor de las rosas. Y esa sensación inagotable de no saber para donde, pero sabiendo que se va bien. 


He who fears to suffer, suffers from fear.  ~French Proverb