jueves, 4 de agosto de 2011

Ápice inmortal

Los llamados Maestros del Poder… ¿quiénes son? ¿Cómo se hacen? ¿Quién los junta? ¿Qué hay que hacer para ser como ellos? para ser como aquel que lo persigue una luz blanca cuando llega a un lugar, y atrae miradas multicoloras ansiosas de ser como él. Quizás se trate simplemente de un jugador común en el juego de la vida y que por manías del azar, consiguió escalar la montaña mucho más rápido que el resto y esta allá arriba a lo lejos. Y desde abajo se ve grandioso, poderoso, ejemplar. Sin embargo ni el mismo está seguro de poder lograrlo una segunda vez, en caso de tener que regresar a la base, al resto, a lo habitual.

Un jugador más inconsciente del mismo juego que se esta jugando, de aquello que se pone en riesgo cuando se es el mejor, cuando se tiene el poder, cuando los demás miran hacia arriba y allí está él –postrado, elegante– con aires superiores que solo se respiran en el más allá. En ese lugar donde todo se pretende aun más que de costumbre, donde el mismo poder te hace cada vez más poderoso, más inalcanzable, un icono del sueño prometido, aquel que aun y después de mucho trabajo, nosotros los mortales no estamos ni cerca de alcanzar.

Queremos entonces asegurar nuestro futuro, al menos de eso queremos algún tipo de certeza en un mundo vulnerable, efímero. En una vida que hoy se pinta de colores, para luego no existir en el próximo tic del reloj. Sin embargo aquel que vemos allá arriba encaramado, el que creemos que todo lo sabe, que todo lo puede resulta que tampoco sabe nada, y que nada lo puede asegurar, ni su propia vida, ni su propio lugar allá arriba en las alturas, en el pico de la montaña –corona efímera de flores y espinas–. Le hace falta más. Quizás más temple, más carisma, más seguridad en sí mismo, que no es lo mismo que el poder. Más sentido a su vida, quizás un poco más de corazón, humildad. Al menos un arma que le permita acabar con sus propios miedos que esconde allá arriba debajo de un suelo que no alcanzamos ver desde lo más bajo. Miedo a perderlo todo.

El mismo miedo que tenemos todos sin importar la razón, estemos donde estemos –allá arriba en el tope, o abajo en la fosa común–.  Obligados siempre a ver más arriba buscando a alguien más. Alguien más que asegure que todo va a estar bien. Que tienen bajo llave un futuro que promete éxitos y garantiza al mismo tiempo años de prosperidad. Es que al final del día todos ocupamos la mente buscando exactamente lo mismo. Algo o alguien más que brinde ese poder que nadie ve que nadie tiene! y que nadie puede tener! Se nos va la vida intentando subir por una escalera que se va desboronando con cada paso que damos, una escalera que tiene todo menos el poder de llevarnos a la cima. Un juego que nos va ensuciando las manos con el tiempo y donde el único premio es la esperanza de poder ganar. Algún día.

¨Make-believe¨ –así como un juego de niños–. Donde aquellos que participan se ciegan ante el hecho que dependen de otros para triunfar, y que al no tener control de su propia ficha tienen más bien la formula perfecta del estrés, de la ansiedad, de la desdicha. Sin embargo el momento más oscuro de la noche es cuando está a punto de amanecer. Así mismo es con la vida misma, cuando en el peor instante de  crisis se comienza a sanar. El verdadero crecimiento espiritual no esta ligado al poder, ni al éxito, pero de eso no podemos darnos cuenta sino después, ya casi llegando al final. Un proceso que va removiendo bloques de pensamientos y creencias que nos limitan como ladrillos en el camino. Deshaciéndonos quizás de una imagen de nosotros mismos que teníamos clavada entre ceja y ceja, que nos fue limitando poco a poco, y que sin duda alguna encontró resistencia en la desnuda realidad.


Life is not about how fast you run or how high you climb but how well you bounce.  ~Vivian Komori



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