Entonces sí. La muerte
debería estar siempre presente no como un hecho trágico de aquellos que se vienen
a por ti una sola vez y de manera radical, como para nunca tener que regresar.
Sin dar chance a decir adiós, como huyendo del mundo y de uno mismo, de los
pergaminos del pasado y de aquellas cuentas que quedan pendientes. Quizás más bien debería estar presente
como símbolo de que nada es permanente en esta vida. Como icono perfecto que
todo va mutando queramos o no y que no tenemos control alguno de ello. Que todo
lo que sube baja, que todo lo que viene se va. Tarde o temprano. Que la piel se
arruga, que los órganos se van marchitando hasta dejar de trabajar en un
suspiro eterno que nos roba el aire de por vida… así como los años. Que el pelo
se hace blanco o simplemente se vuela con el viento y deja de existir, y
aquellos nombres que se escribieron una vez sobre las arenas del mundo se fueron
borrando con cada beso del mar.
Tener presente siempre que
somos mortales y que esa simple noción en vez de entristecernos, o
mortificarnos, más bien nos hiciera mejores personas de una manera u otra. ¨Memento
Mori¨ –recuerda tu mortalidad–. Porque todos somos la misma raza, y
tenemos el mismo final. Y aunque esta noche se puedan tocar las estrellas
estando en la cima, mañana podría estarse cubierto de polvo. Porque así es la
vida. Y recordando lo mortales que somos, débiles ante el poder del maestro,
sabemos en el fondo que tenemos una sola oportunidad. Que no hay vuelta atrás.
Que lo que hacemos aquí se va escribiendo en letra cursiva en el libro de la
vida, y que hay muchas cosas que se dejan por hacer. Que la muerte es como
dicen por allí: un juicio. El
momento para contar bendiciones, o aquellos momentos en que se pudo cambiar y
aun así el miedo fue aun mas fuerte, y la fe se pintó de colores. Las
oportunidades destinadas a la ayuda, o al amor, o al cuidado de alguien ajeno
se nos fueron de las manos y siempre nos vimos allí, de primeros en la fila
como esperando algo más.
Hablemos de ella. Volvámonos
cómodos en su presencia. Conversemos con aquellos que opinan distinto, y seamos
amigos de aquellos que la han saboreado con la punta de la lengua, aun sin
haber visto el menú. No le tengamos miedo por las noches cuando se disfraza de
insomnio y se esconde tras las paredes oscuras de la habitación. Veámosla mas
bien como la cura de toda enfermedad. Sabia sombra del más allá. Tengámosla
siempre presente porque ya forma parte de nosotros impregnada como aceite en
cada poro, en cada trazo de piel. En cada mirada que se va apagando con el
pasar del tiempo. Una mancha en la consciencia misma, como un recordatorio
diario de que algo tiene que cambiar, o alguna acción que debe llevarse a cabo.
De ipso facto. Como si en el momento preciso que nos dieron a luz, una mano blanquecina
y arrugada hubiese volteado el reloj de arena poniéndolo a andar. Y es que cada
día nos acercamos más a ella. Como si empezáramos a morir desde el instante en que
nacemos, aunque tengamos el chance de volver a nacer en cada nuevo despertar.
Death, the one appointment we all must keep, and for
which no time is set. – Charlie Chan
Pd: Marala, mi primera novela estará disponible en el mes de Noviembre
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