miércoles, 19 de enero de 2011

Up in the air

Llegó unos minutos tarde al aeropuerto cundido de gente, y allí la estaba esperando. Con un ticket de viaje impreso en cartulina gruesa portando su nombre con apellido. Puerta 36, numero de asiento 15 C. Salida de emergencia. ¨¿Seria capaz de abrir la puerta en caso de algún acontecimiento?¨ Preguntó la aeromoza como si fuese algo común de todos los días. Y es que al final la respuesta era siempre la misma, y de manera casual escupió en voz alta un ¨sí¨ rotundo. Cuando por dentro realmente pensaba que en caso de emergencia el mundo  acabara de tanto temor, sin saber siquiera las reglas del juego, o si la puerta en que estaba sentada abría o no . Y entonces pensó que tal vez era mas sincero cederle ese puesto a un bombero de capa amarilla, o a un trabajador social de esos que lo dan todo por el prójimo y de manera casual. Pero no. Quedó sentada, petrificada, con la mirada perdida tras el agujero al que llaman ventana, confiando como siempre que viaja, que nunca nada va a pasar. Por lo menos no esa noche precisamente.

Minutos antes corría hasta la sala de espera no sin antes tener que desnudarse ante la mirada invasiva de lo que llaman tecnología. No sin antes tener que esquivar la mirada de un militar altanero que le preguntara de manera grosera hasta con quien soñó la noche anterior. No sin antes hablar de otros temas que a nadie le incumben sino a la hora de verte partir. Para luego correr. Apresurarse siempre hacia el lugar de destino cuando siempre hay uno después. Final infinito. Llegó con prisa a la número treinta y seis. Esa sala grande, amplia y fría donde esperan todos aquellos que así como ella deseaban huir esa noche de luna nueva, como si aquella de plata indicara en lenguaje de braille un nuevo principio en otro lugar. O aquellos que por razón de trabajo empollan sillas de cuero que llevan sus nombres tatuados, los mismos que esconden tras pliegues rotos de un periódico ya leído. O aquellos que viajan con la esperanza que del otro lado será diferente buscando siempre la grama con el mas amplio tono de verdes.  

Podía ver fácilmente el susto en cada uno de ellos. El gran disimulo detrás de rostros felices, llenos de emoción por ir a volar. Cuando en el fondo sabia el tirite de miedo que llevaban dentro entregando lo mas preciado: sus vidas a la intemperie. A la nada sin pedir nada a cambio. Sabiendo que el vasto universo es el único personaje mítico que juega las cartas cuando se esta volando. Cuando se navega en nubes blancas almidonadas por extensos mares bañados de azul. Allá arriba donde si es posible tapar el sol con un dedo, y los atardeceres te queman la piel con sus llamas de fuego. Rojo vivo. Donde es posible contar estrellas y visitar planetas que al día siguiente no están. Y rayos feroces se vienen encima en señal que alguien lucha en el mas allá, y dividen con líneas rectas un cielo pintado en tinta negra y nos recuerdan la nada que somos, comparado con él. Y en eso todo es posible. Como que amanezca cuando apenas anochece y que los días sean otros en un dos y tres. Que tu reloj enloquezca, que despiertes dormido, o en algún otra idioma que no entiendas jamás. Que te reciba tu madre que hace mucho no ves con brazos que huelen a casa y una taza de café. Que en vez de nieve hayan palmas y berengenas. Y en vez de calles, parques de mil amantes que besan labios con lenguas ajenas.

Y en esa humilde rendición de la vida misma pidió a Dios y a todo aquello que no tiene nombre que no fuese esa la ultima vez. Explicó en silencio y con detalle que aun le faltaba mucho por vivir. Mucho por hacer. Mucho que aprender de esos errores ya cometidos, mucho que decir en palabras atoradas en la tiroides. Mucho que amar con un corazón que se hacía mas grande, mucho que sentir. Pintar un cuadro quizás, sanar a un enfermo, tener un hijo, alimentar a un pobre, ser millonaria para poder dar mas, contar otro chiste, bailar, escalar esa montaña, hacer el amor mil y una vez mas multiplicado por cien, besar los labios de la persona amada, comer helado de café, bañarse en el mar, reírse hasta dolor de barriga. Navegar. Entonces sin otra alternativa cerró fuerte sus ojos pardos y abrió su corazón al mundo, al destino, a lo inútil, lo desconocido, a la intemperie del vacío. A aquello que tantas veces había vivido pero que optó por olvidarlo otra vez, para poder disfrutarlo de verdadita, así como se hace todo cuando se trata de la primera vez.


We must be willing to let go of the life we have planned, so as to accept the life that is waiting for us.
-- Joseph Campbell

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