miércoles, 16 de marzo de 2011

Comfort Inn

Escuchamos hablar de la zona de confort. Su existencia individual en cada uno de nosotros y los beneficios que trae el salirse de ella aunque sea por un instante, por una hora, por un día, por un periodo de tiempo indefinido, que al parecer mientras mas largo sea, o mas frecuente se haga en nuestras vidas, mas provechoso se torna para la persona. Muchos se preguntan entonces ¿cuál es exactamente la zona de confort de la cual hay que salir? ¿es la misma para cada quien? o varía según las vidas que llevamos, las cosas que tenemos, la gente con la cual nos relacionamos, el trabajo que desempeñamos día a día. Seria prácticamente imposible dar con una definición global que nos envolviera a todos y a cada uno por igual, pero si es importante saber porque en ocasiones resulta necesario ponerse las botas de goma y salir a caminar bajo la lluvia.

En el libro “Danger in the Comfort Zone”, la autora Judith M. Bardwich define la zona de confort como ese momento en que actuamos libres de ansiedad ante los sucesos de todos los días. Cuando todo parece ¨fluir¨ a nuestro alrededor, y una sonrisa tatuada en los labios expresa la tranquilidad que nos aborda en ese preciso instante. Cuando estamos exentos de riesgos y caminamos por una senda segura, con barandas a los lados por si llegamos a caer. Como si ese camino libre de obstáculos nos definiera como persona y nos etiquetara como aburridos, el que vive entre parámetros imaginarios que le llenan la cabeza, y que de ellos difícilmente se puede escapar. Los peligros y la aventuras se hacen cada vez menores hasta que a veces desaparecen del todo, y la monotonía comienza a reinar en cada fecha del calendario.

Curiosamente el estrés es una de las cosas que puede sacarnos de esta zona de confort. Está científicamente demostrado que algunas personas dejan de ser productivas cuando no están bajo estrés, como si necesitáramos un área de incomodidad para poder producir mejor ¨si estas muy cómodo, no eres productivo, y si estas demasiado incómodo no eres productivo tampoco¨ dice Daniel Pink otro autor que habla del tema. Parecería entonces que la estrategia está en ponernos pequeños riesgos y vivirlos con paciencia de una manera tal que con el tiempo podamos acostumbrarnos a vivir allí, en esa zona de incomodidad, para abrir espacio a otros riesgos mayores que se presenten después, y de esa manera ir trabajando el músculo del espíritu y de la vida como tal, como un manual para el guerrero, aquel que decide vivir la vida poniendo a juego el alma y el corazón.

Mientras mas miedo le tenemos a la vida, a los riesgos, a entregar el todo por el todo, mas difícil se hace salir de la zona de confort. Como una cárcel que te encierra entre varas y mientras mas tiempo pasas en ella, mas te vas a acostumbrando, hasta el punto que piensas que no podrías sobrevivir afuera, en el mundo externo al que empezaste a tenerle miedo. Dentro en esa celda solitaria sabes que nada te puede pasar, nadie te puede engañar, el dinero no se puede perder, los sueños no se pueden lograr porque no hay sitio para ellos. Somos inmunes a ser vulnerables ante la vida, ante la gente en general, y eso es realmente lo que nos da comodidad. Mientras mas vulnerables somos, mas nos llenamos de sentimientos de miedo y vergüenza.

El problema radica cuando el salir de esta zona de confort se hace de manera involuntaria, lejos de una decisión personal. Contraria a aquel que deja la oficina en Wall Street una tarde de Abril,  para irse a dar cátedra en la Universidad de Iowa un lunes por la mañana. O aquel que abandona su consultorio en el hospital publico de la ciudad, para irse a escribir un libro de uvas verdes y rojas en las afueras de Napa Valley. Hoy es diferente. La crisis financiera, los desastres naturales, la noción que la vida vale oro y que sin duda alguna puede pulverizarse en cuestión de un instante, y volarse con la brisa fresca de la tarde para no volver nunca jamás. La vida debería ser definida entonces como el elemento de vulnerabilidad máxima que existe en el planeta tierra. Un día esta, y al día siguiente no queda ni rastro de ella. Viviendo, sintiendo, llorando, riendo a carcajadas, arrastrando energía en cada respiro, en cada beso, con cada amor. Pero el cambio es inminente tarde o temprano cualquiera que sea la razón, y nos arrastra muy lejos de la zona de confort. Una gran pérdida bien sea humana o material. Un cambio radical de trabajo, un desastre natural.  Un amor que se va para siempre y hay que perdonar, pero mas importante hay que dejar ir. Y el corazón duele, y el alma llora, y es en ese momento cuando bajan del cielo como cierto milagro, la fuerza y el valor, en ese instante de puro dolor que está lejano... muy lejano de la zona de confort.

Si trabajáramos mas el ser valientes, el poder llorar un rato y dejar que las ultimas lagrimas se las lleve el viento, y ser pacientes. Tener el valor de soñar de nuevo, de una manera diferente, llenos de esperanza y fe. Resulta incómodo el simple hecho de saber que tenemos el poder de amar tanto, de apegarnos tanto a las cosas espirituales y materiales, que nos inunda el miedo cuando ya no están. Nos asusta la ausencia, la soledad, los riesgos, lo distinto, lo que creemos no podemos controlar. Cuando en el fondo somos de naturaleza salvaje que todo lo podemos:  amar, perdonar, y olvidar, soñar con un mundo distinto, cambiar de trabajo, y atravesar las tragedias mas fuertes y desalmadas que nos podamos imaginar. Sobrevivir una tragedia como la de Japón que te arrastra de manera inhumana fuera de la zona de confort, y de esa manera te obliga a crecer, a sobrevivir pero de verdad, a volverte mas fuerte, mas humano, y por sobre todas las cosas un gran ejemplo para aquellos que aun viven bajo las reglas de un contrato surreal. Un héroe.


We cannot become what we want to be by remaining what we are. Max DePree


No hay comentarios:

Publicar un comentario